Para mi amiga argentina: Norma Aristeguy

Para mi amiga argentina: Norma Aristeguy
A toda edad se regalan rosas y estas son para ti.

domingo, 27 de septiembre de 2009

MARGOT




Boedo y San Ignacio. Volver al café después de tantos años... Todo está como entonces, aunque un poco más iluminado, y quizá menos coqueto. Sin embargo su calidez es la misma. Ocupo como en aquellos tiempos, la mesa junto a la vidriera para esperarla, para verla cruzar la calle, descubro que su recuerdo aún lastima, como un broche invisible que aprisiona el alma y los sentimientos.
Cierro los ojos y la veo: sentada en frente de mí. De mirada penetrante y nariz pequeña. Una levísima sonrisa que a veces me hace dudar si realmente está sonriendo o me parece. La blancura de su piel tersa y límpida, me impulsa al roce, a la caricia. Un peinado que le da el marco perfecto a ese rostro de porcelana, con una onda profunda de su renegrido cabello, sobre la frente ancha. Dos aros circulares penden de sus orejas que parecen hechas para el beso, para el susurro de palabras varoniles y secretas.
Es el centro de las miradas envidiosas de las demás mujeres y de admiración, de la concurrencia masculina.
Tiene un vestido turquesa, algo escotado que permite adivinar sus pechos sedosos y turgentes, sobre su cabeza una boina azul apenas inclinada hacia un costado. Está bellísima. Hay algo que asoma desde su figura, algo contundente, que transmite seguridad, firmeza, algo que enamora, que deleita, que apasiona.
Tiene también misterio. O por lo menos los tiene para mí.
La sola sospecha de que haya otro hombre en su vida, me aterra. Aunque ésa fue su condición para dejarse amar, no preguntar, no querer saber más de lo que me dijera, pero es tan poco lo que me dice y es tanto lo que la quiero que me duelen sus silencios, su falta de respuestas. No sé dónde vive aunque la he seguido en más de una oportunidad, pero se esfuma como un fantasma. Cuando pierdo la paciencia ante su retraso a nuestras citas en este lugar, me amenaza con irse y no volver.
Esta noche será especial. Me ha invitado a una fiesta que da un amigo suyo. Me pone feliz. Es una muestra de confianza de su parte. Siento que por primera vez va a compartir un pedacito de su vida conmigo.
La espero en el café, su tardanza me pone muy nervioso, en realidad, tengo el temor de que no aparezca, pero siempre llega. Salimos.
Un vestido negro, ajustado al cuerpo que muestra sus curvas pronunciadas y su andar felino la cubre. Un cuello de encaje no muy alto y que cae con gracia sobre su pecho le da un aire ingenuo y delicado. Pero el toque distinguido lo dan sus guantes largos hasta el codo, del mismo encaje que el de su cuello. Un collar de perlas blancas se luce en su garganta. Los zapatos de taco muy fino y alto la llevan a mi lado y me siento su rey.
Tomamos por Quintino Bocayuva y nos detenemos frente a una casona con ventanales muy grandes y desde donde vienen los ecos de un vals.
Descendemos del coche. Se toma de mi brazo y hacemos los veinte metros que nos separan de la puerta principal. Entramos.
Hay mucha gente. El salón está colmado. Los cortinados están corridos para dejar entrar la noche. Todo reluce ante tanta luz y los grandes espejos, como si fueran paredes de cristal, nos devuelven nuestras siluetas, jugando con la fantasía de compartir la velada con muchos más de los que estamos.
Una anchísima escalera con impecable alfombra azul pastel conduce a las habitaciones de la planta alta.
Tal vez no sea éste precisamente el momento, pero yo moriría ahora, a su lado. Los músicos de Varela hacen su entrada, cambiamos de ritmo. “Es la historia de un amor, como no habrá otra igual...” la letra de la canción cambia mi ánimo, aunque está de moda, no me gusta oírla, sus versos me conmueven y me entristecen, es que yo nunca podría comprender “todo el bien y todo el mal” lo único que puedo comprender es que amo a Margot y que sin ella, nada valdría la pena.
La tengo sujeta en un abrazo que le abarca toda la cintura, palpo su respiración agitada. Me enternece, me siento más hombre. Ella consigue sacar lo mejor de mí. La cadencia del tango que nos une, me excita; sus muslos tocando los míos, su cara apoyada casi en mi hombro y su respiración junto a mi mejilla, me pierden. La aprieto más, más fuerte. –“Por favor Mario, que no estamos solos.”
El comentario le resta magia a este instante, y la separo, la miro a los ojos y descubro que no es ella, no al menos, mi Margot. La siento fría, su mirada esquiva la mía y pasea curiosa por el lugar. No hubiese imaginado jamás que la gente podría intimidarla. Le pregunto si se encuentra cómoda y me invita a salir.
Nos dirigimos al gran parque trasero, hay mesitas con sombrillas cerradas, muchas flores, algunos árboles y parejas que aprovechando la media luz se besan.
Margot mira hacia el cielo. La noche de verano toda estrellada y el perfume nocturno de los jazmines lo vuelven a uno vulnerable. Intento acercarme pero ella está distraída, lejana, y hasta me parece descubrir en sus ojos el brillo de las lágrimas. Lo niega. Me distrae contándome del dueño de este lugar. Dice que él y su mujer forman una pareja ideal, que son el uno para el otro.
Casi no la escucho, buscando la forma de bajar sus defensas. Por fin, la estrecho fuertemente y la beso primero con ternura y luego con pasión.
Al día siguiente, recuerdo que me levanté muy tarde. El sol pegaba ya fuerte y el calor de enero en Buenos Aires era insoportable. Mientras bebía un vaso de limonada fresca, reviví la noche en que conocí a Margot. Su voz llenaba el lugar cantando “Caminito”, era tanta su emoción al entonar la canción, que quiénes la escuchábamos vivíamos como una especie de encantamiento, y su voz era el vehículo hacia el alma de cada uno de nosotros. Reinaba un silencio respetuoso en el café, donde se la oía con devoción.
Me había enamorado perdidamente.
Me asomo al balcón. La ciudad está silenciosa y solitaria. Muchos se han ido de veraneo.
Enciendo la radio, la orquesta de Héctor Varela nuevamente, me arranca una sonrisa donde se mezclan el recuerdo de la noche anterior y el gusto por el buen tango..
Las noticias interrumpen la música, no hago caso hasta que escucho el nombre de Margot. No entiendo lo que dice. Aumento desesperadamente el volumen: “...la distinguida cantante ha sido hallada muerta esta mañana en su domicilio. Se cree estar ante un hecho de suicidio. Los restos de la Dama del café de Boedo y San Ignacio serán velados en...”

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A veces se pregunta por qué ha vuelto cada mañana de su vida a ese café que le trae tantos recuerdos, cuando debiera haber seguido su vida en otra parte, y de otra forma, tratando de olvidarla. Sin embargo su recuerdo es cada día más fuerte, como si estuviera viva, como si la hubiese visto hasta ayer.
Luis Miguel cantando “La historia de un amor”, le gustaba mucho más como tango, le gustaba bailarlo con ella. Y aquella noche se le cae sobre la mesa, ocupando todos los lugares del recuerdo y de su alma.
La fiesta de su aniversario de bodas. Y Margot abrazada a ese tipo, a ese desconocido. Le había hecho saber esa misma tarde que se casaría con otro si él no ponía fin a su matrimonio. Mientras bailaban ella parecía refugiarse en él, se abrazaba fuertemente, entregada y mansa. Mientras el hombre la acariciaba y le susurraba algo al oído.
Una ráfaga de celos, de indignación, lo envolvieron hasta cegarlo. Los vio salir al jardín, dejó a su mujer y con el pretexto de fumar un cigarrillo los siguió. Los miraba desde lejos, la silueta de los dos, unidos en un beso y un abrazo más que apasionado lo colmó de rencor y de furia.
No la vería nunca más. No se merecía saber que había llegado a un arreglo con su matrimonio. El trato era que la fiesta de esa noche seguiría en pie, pues la gente estaba invitada, entre las cuales había algunas grandes personalidades, pero su esposa se iría de vacaciones al día siguiente y a su regreso harían pública la noticia de su separación.
Betty era mujer de respetar las convenciones sociales. No había hecho reproches ni parecía sorprendida, sólo se había dado vuelta para que él no la viera llorar cuando lo hablaron. Su primer pensamiento había sido que luego de la fiesta, correría a casa de Margot y le daría la buena nueva. Pero ella no había querido esperarlo, o al menos era lo que él había interpretado y ciego de celos y de amor propio, aquella noche, maldita noche, la dejó sola con su destino. La dejó esperarlo en vano, mientras él se fumaba un cigarrillo tras otro, hasta bien entrada la mañana, maldiciendo a la mujer que amaba.

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Acompaña a Mario a la puerta principal. Está amaneciendo. Lo besa casi con amor, un amor diferente del que siente por Santiago. Le sonríe. Él le da las gracias por permitirle llevarse una foto suya que había sobre la mesita del living.
Se va feliz. Han tenido una noche de pasión, pero se va sin saber que han sido tres personas, las que han ocupado esa cama.
Se siente triste, muy triste. Su desafío la ha perjudicado. Había experimentado desazón, culpa, por haber enredado en su reto a Mario. Y por otro lado, la angustia la había atormentado hasta las lágrimas al ver a Santiago rodeado de sus amigos, sonriendo a todo el mundo, ignorándola, mientras abrazaba en un vals a su esposa y los demás los aplaudían, dejándolos solos en la pista. Sacó a Mario al parque para no mirar la obscena felicidad de la pareja, y para no escuchar las risas de una alegría que la lastimaba tanto.
Ël había jugado con ella. Sólo había sido su deleite oculto de hombre vanidoso, acostumbrado a la lisonja, adulado por tantas mujeres como conocía.
La había dejado desnuda, sin la seguridad que la caracterizaba, sin ganas de amar a otro, sin su pasión por el canto, sin dignidad.
Había pensado que esa noche ante el temor de perderla, él le haría una escena, la increparía delante de todos y entonces, ella le explicaría, que no habría otro en el mundo que le hiciera sentir lo que sentía por él, lo calmaría a besos, lo abrazaría, lo envolvería con su ternura de mujer enamorada.
Pero él se había mostrado como era, frío, distante, y la había agredido con su baile, con la postura de su cuerpo pegado a otra mujer que no era ella.
La había herido de muerte.

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Después de tantos años aún me conmueve esa canción, aunque Luis Miguel le da otra cadencia, no logro reponerme de la tristeza que me produce.
Definitivamente, me tomaré otro café y no volveré a este lugar.
Diez minutos después se pone de pie para irse. Observa extrañado que hay gente rodeando una vitrina, se pregunta si será una exposición de objetos o de alguna oferta. Se acerca intrigado y lo que ve le produce un golpe en el pecho: un par de guantes de fiesta, un cuello de encaje y una boina azul asoman en un estante de vidrio , adornado además con algunos pimpollos de rosas rojas.
Su sorpresa no tiene límites al reconocer las pertenencias de Margot. Asombrado observa a un hombre canoso que mira con avidez y gesto hosco, al pequeño prendedor en forma de ancla, con dos brillantitos, que a Mario en más de una oportunidad le había llamado la atención, pues, había visto a Margot acariciándolo como en un movimiento inconsciente. Pendía siempre sobre el lado izquierdo de su ropa. Pregunta como si no supiera: “_¿A quién pertenecieron estas cosas?”. El hombre parece que no va a responderle, por fin, lo hace mirándolo inquisitivamente: “_A Margot, una mujer que cantaba en este café hace muchos años.”
Sale del lugar decidido. Tiene algo en mente.
Vuelve. Al entrar llama al mozo. “_ Mirá, te traje esto para la vitrina.”
“-¡Es Margot !”. El muchacho lo mira con admiración._ ”¿Usted la conoció? Yo he visto fotos de ella en alguna revista que la recuerda, pero ésta es una fotografía personal! ¿Cómo es que la tiene usted?”
“ _Porque fue mi gran amor, pero hoy termino de enterrarla.”
Se aleja con paso lento y sin advertir, la mirada rencorosa de un hombre con canas que apoyado en su bastón, lo sigue hasta que se pierde allá lejos, donde se juntan las rectas de la calle.
Norma Aristeguy

4 comentarios:

G. F. Degraaff dijo...

Norma cada texto tuyo es una imagen astral, algo que no puede ser contenido y a la vez es cotidiano, posee eso que algunos iluminados poseen, la pluma atada en cada uno de sus dedos, llevando la acción desde el corazón... me encantan tus textos... gracias por compartirlos... abrazo!!

Norma Aristeguy dijo...

Gracias Gabriel, este texto compone una serie de tres, que he escrito mostrando los problemas que aquejan al género femenino.
Éste puede ser el desencuentro amoroso, que destroza el corazón de una mujer hasta tomar la última decisión.
Ya publicaré los siguientes.
Gracias y abrazos amigo escritor.

Verano Brisas dijo...

Querida Norma: Tu pàgina me sigue pareciendo deliciosa. De tarde en tarde la abro, aunque no siempre haga comentarios. Esto por falta de internet propio. Ya cambiarà todo. Un abrazo de tu amigo Verano, y felicitaciones.

Norma Aristeguy dijo...

Gracias querido Verano, por tus lecturas y tus palabras.
te consulté algo en tu blog.
¿Cómo puedo llevar alguno de tus escritos a mi muro?
No está el ícono de facebook o yo no lo veo.
Gracias, estando sin internet es difícil tener tiempo.
Un abrazo.
Norma

PEÑA FORATATA

PEÑA FORATATA
AUTOR: LUIS ANDREU

Para Aristeguy Norma Para marcar o ínicio de uma amizade 28/5/2011

Para Aristeguy Norma Para marcar o ínicio de uma amizade 28/5/2011
FOTOGRAFÍA DE MARÍA BRANCO REAL

FOTOGRAFÍA DE TERESA MARTÍN. (PRAIA DAS CATEDRAIS)

FOTOGRAFÍA DE TERESA MARTÍN. (PRAIA DAS CATEDRAIS)
con todo mi cariño te la dedico NORMA ARISTEGUY

GALICIA.FOTOGRAFÍA DE JORDI NAVARRO

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dedicada con cariño a mi amiga argentina Norma Aristeguy

HOMENAJE A ERNESTO SÁBATO

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GRACIAS MIGUEL CABEZA POR TU HOMENAJE EN LA WEB LITERARIA