Aquí estoy, dando vueltas en una danza que lo envuelve todo, pasado, presente y futuro.
Bailo desesperadamente con los días que se me caen encima; con los años que desgajan estas tristezas de lo que ha quedado trunco, de las hojas que han perdido su color y hoy no se sabe si son tierras u ocres, o rojizos punzantes.
Aquí me encuentro bailando al son de una canción quizás árabe, quizás griega, pero melancólica como la bruma de un domingo atardecido.
Cierro los ojos. Huelo el aire. Perfume de canela y de jazmines y un sabor a capuchino en aquel viejo bar, disfrutando un inmenso ramo de días robados a la lluvia y a una canción anticipada. Nuestra canción. “… es la nostalgia un ramito de hollín…” Las notas aún recorren mis libros y tus papeles con anteojos. Reflejos. Reflejos de una vida prestada que tuvimos.
Sigue la danza y mi cuerpo da giros suaves entre las telas de los recuerdos y el presente.
Continúo sin decirte que las fronteras del tiempo, a veces son un gran precipicio al que se mira con dudas entre arrojarse, o sólo contemplarlo y dejar allí en el abismo, lo acontecido.
Mi espíritu voluptuoso se entrega al ritmo sin dejar de lado esta melancolía que parece más de un tango o de un violín irrespetuoso, que de una danza árabe. Al escucharte se me desgrana el alma, paso a paso, palabra por palabra, pena a pena.
Es un lamento hecho sonidos.
Sigo girando, girando entre cuerdas que suenan hasta aturdir mis sentidos.
No volveré. No volveré a vos.
Me quedaré así entre tules que demuelan el pasado, para homenajear a este presente entre agujas que se doblan en horas, y que me encuentra un poco más sabia, más dócil, aunque me eche como un animal herido a contemplarte desde mi propio escenario en un escándalo de sentimientos encontrados, una vez terminada esta danza conmovedora de la vida.
Norma Aristeguy
