(Banco de Imágenes)
Ella se manifiesta en sonrisas, no padece de rencor, ni de ninguna otra enfermedad. Aunque camina del brazo de la soledad, muestra un yo desdibujado en el lugar que ocupa como respondiendo a mandatos ancestrales.
Viste el pensamiento con extraños colores, afina el vocabulario y siempre acaricia a alguien con su voz.
La arena le apabulla las faldas mientras se calza el sol a orillas del mar.
Se esconde en recuerdos para resistir el presente. Cierra los ojos y no ve su futuro, como si éste fuese una lluvia persistente de desesperanza.
Abre todos los baúles de su espíritu, estruja las sedas y las viejas puntillas contra su pecho, como si meciera a un bebé. Como si acunara un sueño.
Pone los zapatos en fila. Elige.
Se ha dado cuenta que sólo hay que calzarlos y la llevarán por rutas desconocidas. Sin embargo los suelta. Los deja caer sobre sus deseos incumplidos.
Algunos tacones están rotos y otros tienen cordones que la siguen atando. Para su sorpresa todos son de diferentes colores, aún los del mismo par. Los hay nuevos y relucientes, y los hay con las suelas gastadas que lastimarían sus pies.
Usarlos confirmaría su locura.
Así como la casa impecable, confirma su soledad.
Ha descolgado su ímpetu tironeando cortinas, para cubrir ventanas que la ponen al descubierto de miradas curiosas.
Sonríe ante el rumor de un vals o de un tango, de un bolero o de un rock. Mover sus piernas en el baile sería romper la compostura. El desborde de los años la arrojaría al ridículo.
Necesita la aprobación hasta de su sombra.
Pero… un día dice basta a las cadenas, abre sus brazos permitiéndose el gesto perezoso, recibiendo al sol de un nuevo día. El calor del inminente verano, se le ha metido por los poros hasta llegar a su invierno, que cubre las pérdidas con prendas cerradas, oscuras y recatadas.
Medio borracha de luz, se ha decidido.
Se encamina al mar, se interna muy lento en sus aguas y se llena de azules verdosos y luces locamente rojizas. Observa la orilla espumosa en breve viaje, que luego vuelve a su origen.
Pero ella no volverá. Ha encontrado por fin su libertad, se deja llevar, mecida en su desnudez por las olas que la devoran.
Allá lejos, en la costa ha quedado su ropa, un libro, un bolso pequeño lleno de la mirada de los otros, del amor que ya no está, de lo que quedó por hacer, y un par de anteojos para sol.
Nunca más la oscuridad.
Lo desconocido le traerá una vida nueva.
Otra vida.
Diferente.
Norma Aristeguy
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