Accésit en el IV certamen de “Almiar” con el nombre de: “Atmósferas I “ Seis antologías en Ed. Nuevo Ser ,y en Ed. Nuevas Letras: "Palabras de Amor". Una antología editada en Chile "Caleidoscopios Nómadas. Ed. Letras Kiltras. Y su colaboración editada en Barcelona por Ed. pasionporloslibros.es "Arte Grafía" Publicaciones en blogs de Sevilla. Letraskiltras- Órbitaliteraria- Textale- El Universo del Arte- Palabrasdiversas- Los Poetas de Iberoamérica y en "Mandala Literaria".
Para mi amiga argentina: Norma Aristeguy
sábado, 22 de septiembre de 2012
IMPERDONABLES COBARDÍAS
Óleo sobre madera.
Imagen de: Norma Aristeguy
Me pregunto por qué, por qué has aparecido como un ramalazo de vida pronto a sucumbir.
¿Quién te ha hablado de mí?
Habían muerto todas las letras de tu nombre, fui a tu funeral y ellas me acompañaron, lloraron en mis ojos, y se despidieron de vos enfilando primero las consonantes, y luego por partes iguales, las vocales.
Me quedé entre la brisa de la tarde y tus palabras. Me arrodillé frente a tu tumba y recordé nuestra canción.
Escuché el canto de los pájaros a esa hora de la tarde en que también ella desfallecía, volví a limpiar para dar brillo a las dos sílabas de tu nombre, puse una flor estrujada sobre tu última cita, miré a mi alrededor bebiéndome cada ruido del paisaje para que ya no despertaras jamás.
Te dije adiós entonces con la rabia de quedarme sola, con el pesar de tu muerte repentina. Comencé a usar el reloj mudo, sin horas que me marcaran tu falta.
Me puse de pie, me vestí de rojo, me prendí un par de aros de luz, levanté la cabeza y salí de allí.
Hice la señal de la cruz, lo que no era costumbre en mí, pero lo hice, como un conjuro irrespetuoso por hacerte responsable de tu muerte.
No hubo cortejo. Estaba sola. Un inmenso desierto se presentaba frente a mí. Otra vida diferente me esperaba y desde ese mismo momento aparté los signos que te recordasen. Las noches en que soplaba el viento espanté lejos a los sonidos que pudieran traerte de regreso.
No usé luto, ni tristezas, jamás mi boca te volvió a nombrar. Jamás nadie se atrevió a preguntarme.
Me moví por un abecedario roto, con agujeros en su hilera. Vos no estabas. No existías.
Hasta esa mañana de otoño en que viniste a buscarme tembloroso, y te atreviste a poner tu voz en mi nombre. ¡Tu voz! ¿Por qué no la enterré también aquella mañana veintitrés años antes? ¿O fueron cien?
¿Qué culpas de amor te han abrasado a fuego lento para destruir así la paz de mi propia muerte?
Estoy sorda. ¿Es que no lo ves?
Ya es tarde. No te escucho ni te veo. No soy yo, soy otra, y hasta el fantasma de tu sombra me resulta un desconocido.
Norma Aristeguy.
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