
Papel que asesta el primer Misterio. ¿Quién es este profeta aún sin versos?
Conflicto blanco, de ausentes, testarudas y femeninas palabras. Anónimos y galopantes pensamientos, hablan desde mis alturas, necia y apresurada los disputo, los presumo… para soltarlos en la mirada o defenderlos en sonidos.
Cierro los ojos: realidad de medias luces, se agazapa, me seduce y me devora.
Estoy aquí plantada a solas, florecida en el abismo, todavía de pie en este efímero universo.
Zamarreo de los sueños a los que dibujo la esperanza, o a los que asumo cada noche con amores y con odios, que mueren, cada vez que me despierto.
Pequeñez la de mi nombre, misteriosa danza del nacer. Insignificante destino como tantos.
Soy el roce casual, ¿casual?
La agresión repentina, el beso arrumbado, el saludo de los días, el vientre que desborda, la palabra y el silencio.
¿Dónde voy cuando llego y no he estado? ¿Por qué mundos he vagado en la falda de mi sombra?
¿Por qué entorpezco a la razón atolondrada en latidos?
Ramalazos de inocencias… cargar la niñez a upa con el tiempo a cuestas. Tiempo, dios astuto y socarrón, él sabe que creo saber, y me permite esa licencia.
Absoluto del error, imposibilidad a carcajadas para modificar lo acontecido. ¿Dónde se ocultan los duendes?
¿En los pentagramas sordos? ¿En los libros ciegos? ¿En los nombres de los hijos? ¿O en las dueñas del idioma, las vocales?
¿Dónde espera el color de las hojas que van a morir?
¿Dónde va el personaje que su autor ha de matar?
El artista a dado a luz, la imagen en libre albedrío. Es magia que conmueve, que sacude. ¿Qué hace que la sufra o la disfrute?
Se contonea y se esfuma en eco eterno, el fantasma gutural de la Existecia, gritando como loco de espaldas al planeta.
Es el grito solitario de mis antepasados y de los que me seguirán.
Descolorida indiferencia me persigue, le pisa al alma los talones.
Sin embargo, en esta promiscuidad de incertidumbres…
Todavía me sorprende vivir después de tantas muertes.
Norma Aristeguy